¡Quédate en la Universidad!

Les comparto mi columna de la semana, a propósito de la conveniencia presidencial de Alejandro Gaviria. Abordamos temas relativos a la ética en situaciones como la de Camila Abuabara (dilema entre el costo de salvar una vida y la desfinanciación del sistema de salud) y en situaciones como la de la pandemia, en la que se supone necesario escoger entre las vidas que arrebata el virus y las que arrebatan los cierres de la economía.

Artículo originalmente publicado en: Punto de Vista RBD

Algunos medios de comunicación tradicionales y políticos en problemas electorales se siguen empeñando en presentarnos al exministro Alejandro Gaviria como la revelación de la política.

Lo muestran como una mezcla entre profesor estilo Mockus-Fajardo, pero menos aburrido, algo tecnócrata conocedor del poder sello distintivo: un académico que pondrá ética a la política.

Aunque Gaviria dijo hace poco que no iba a aspirar a la presidencia porque su lugar era la universidad, pese a que muchos lo reclaman como opción presidencial, todo indica que cambió de parecer…

Las recientes encuestas muestran que, si no sale un candidato mejor que Fajardo, Fico o Jerónimo, Petro quien está fijo en segunda vuelta, sería el próximo presidente de Colombia, y con semejante panorama nadie dudaría que Gaviria tiene la vía despejada para competir con Petro.

Esa tentación ha puesto al “rector” de nuevo en la palestra, pues en su más reciente entrevista olvidó que lo suyo era la universidad y ante la pregunta por sus aspiraciones presidenciales decidió cambiar el “no” por el “ya veremos”.

Dijo también el exministro que el odio que nos aqueja como sociedad, “en el fondo es una falla de nuestra democracia, en la capacidad colectiva de conversar, eso que tú señalas a quién piensa distinto yo lo considero de manera inmediata éticamente inferior y eso ha cerrado los espacios de discusión, no solo con los políticos en el Congreso, sino en casi todos los ámbitos de la sociedad”.

En esta píldora reflexiva también se logra ver un renovado Alejandro Gaviria, diferente al que el pasado 8 de mayo increpó con altanería y altivez a través de Twitter a Carolina Corcho, una reconocida contradictora de sus políticas de salud pública desde que fue ministro.

La experta hizo algunos señalamientos sobre las muertes evitables atribuibles al sistema de salud, y la respuesta del ahora promotor de la capacidad para conversar fue: “Resulta increíble las estupideces que se dicen en los debates sobre el sistema de salud. La falta de cualquier intención de honradez intelectual es inquietante. La mentira como principio”.

Como aporte a la discusión sobre “moralización de la política” de Gaviria, cabe recordar que cuando fue ministro de salud se opuso a que se realizara un tratamiento experimental en una joven -CAMILA ABUABARA- que padecía una enfermedad cuyo tratamiento no se tenía en Colombia pero en Estados Unidos había una esperanza experimental que podía salvar su vida, y el entonces ministro basó su feroz oposición en que eso era muy costoso y era mejor arriesgarse a las pocas opciones que ofrecía la medicina colombiana porque había que ahorrar dinero para no debilitar el sistema.

“La plata sale de todos los colombianos” y “hay que cuidar los recursos” fueron los poderosos argumentos de Gaviria para sacrificar la vida de la fallecida ABUABARA.

Ahora que no es ministro, cualquiera podría decir que tiene la libertad suficiente para opinar sin comprometer al gobierno porque a lo mejor en aquella época le tocaba cuidar el discurso.

Pero en esa supuesta moralización de la política que dice emprender actualmente Alejandro Gaviria, dijo hace poco en una columna que, a propósito de la pandemia, “no existe tensión entre la economía y la vida, sino entre las vidas sacrificadas por el virus y las vidas sacrificadas por el cierre de la economía, y que por tanto resultaba necesario sacrificar algunas vidas por el virus para evitar el sacrificio de otras más bastantes vidas que podrían perecer como consecuencia de la pobreza a que nos someten los cierres”.

En resumidas cuentas, para Gaviria lo que importa son los números. Es decir, si es para salvar muchas vidas, es completamente justificable sacrificar algunas cuantas. CAMILA ABUABARA debía morirse porque tratar de salvarla era costoso y con ese dinero podrían salvarse más bastantes vidas y la economía se debe abrir a pesar de que gente se muera porque más bastantes morirían por la recesión económica.

Esa clase de planteamientos éticos fueron defendidos desde hace más de dos siglos por los filósofos que ahora sirven de fundamento moral del neoliberalismo: Jeremy Bentham y John Stuart Mill, quienes sostuvieron que las conductas humanas se deben encaminar hacia la satisfacción de la mayor cantidad de necesidades al menor costo posible porque lo que importa es la mayoría, a cualquier costo.

Para fortuna de quienes creen que el fin no justifica los medios, sostuvo Kant en mejor perspectiva que lo debido no es lo útil sino lo correcto y, por tanto, si podemos salvar una vida, como la de CAMILA ABUABARA, a pesar de lo costoso que sea, debemos salvarla. Los costos de hacer lo correcto nunca deben estar por encima de lo correcto mismo.

Lo mismo podría decirse frente al aparente dilema de la pandemia: si el cierre de la economía permite la salvación de vidas humanas, la economía debe cerrarse. Pero ese realmente no es el verdadero debate porque lo que no dijo Gaviria en su reflexión económico-pandémica es que para salvar las vidas amenazadas por el virus no se tienen que sacrificar hipotéticas vidas amenazadas por desempleos porque para eso existe la opción de movilizar la riqueza de donde es excesiva hacia donde es escasa, a pesar de que se deban afectar intereses de algunas élites. Lo contrario sería aceptar muertos con tal de no tocar a los más adinerados.

Ojalá que Gaviria se quede en la universidad para que siga cambiando de opinión y en algún momento defienda la dignidad humana por encima del dinero. Ojalá en sus siguientes columnas y entrevistas nos hable acerca de porqué deben sacrificarse personas para el bien o la felicidad de otras así sean más bastantes, sin que al mismo tiempo con ese discurso esté justificando, por ejemplo, la esclavitud o la tortura.

¿Y qué hacer entonces frente a la falta de candidatos? Volvamos a Kant: ¡El fin no justifica los medios!

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